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jueves, 5 de septiembre de 2013

#429

Abrió la boca para hablar, pero no le salían las palabras. Seguía sintiendo el peso del silencio, la ardiente quemadura que aquellas miradas provocaban en ella.

Ebba acudió en su ayuda.

- Seguramente te morirás de hambre.- comentó incorporándose de su asiento mientras hacía un leve gesto a uno de los chicos que estaba sentado a la mesa. Tendría unos quince años; estaba muy delgado y tenía las ojeras muy marcadas.

- Lars -le dijo con dureza.- ¿Has terminado de comer?

Él contempló su plato como si aquello pudiera hacer que se materializara más comida en él por arte de magia.

- Sí. -respondió lentamente. Alzó su vista hacia Rädsla un segundo para, acto seguido, volver a fijar la mirada en su plato vacío. Un rugido llegó del estómago de Rädsla, lo cual hizo que esta se abrazara el cuerpo como acallando a una invisible bestia.
- Entonces, levanta. Rädsla necesita un sitio donde sentarse.
- Pero... -Lars hizo ademán de protestar, pero Ebba fue impasible.
- Levanta, Lars. Haz algo útil. Vete a mirar si hay mensajes en los nidos.

El chico le lanzó una hosca mirada, pero se puso de pie para, unos instantes después, desaparecer escaleras arriba de manera un tanto dramática.

- Sarah, ponle a Rädsla algo de comer.

Ebba se había vuelto a concentrar en su comida. Una especie de papilla grisácea. Una niña sentada en la mesa contigua se puso de pie con entusiasmo. Tenía los ojos muy grandes y el cuerpo esquelético. Todos en aquel lugar estaban delgados, la verdad.

- Ven, Rädsla - parecía divertida con aquella situación.- Te serviré un plato.

Señaló un rincón: un enorme caldero de acero en un estado bastante lamentable a causa de varias abolladuras y una cazuela con tapa sobre una vieja cocina de leña. Al lado había varios platos, cada uno procedente de una vajilla distinta, apilado junto con varias tablas de cortar, sin orden ni concierto.

Llegar a aquel rincón significaba entrar realmente en el salón, pasar al lado de las mesas. Si antes notaba las piernas inseguras,lo que ahora realmente preocupaba a Rädsla era que le fallasen en cualquier momento y se doblaran. Curiosamente, notó la diferencia en las miradas de la gente. Las mujeres la miraban penetrantemente, evaluándola; mientras que los hombres la miraban de una manera más cálida y acogedora, como si fuera de la familia. Le costaba trabajo respirar.

Vacilante, se acercó a la cocina. Sarah la animaba con gestos como si Rädsla fuera un bebé, aunque ella misma no superaría los once o doce años. Se mantuvo lo más cerca posible del fregadero, por si se tambaleaba; quería ser capaz de agarrarse sola y recuperar el equilibrio en caso de que fuera necesario.

En general, los rostros de la sala formaban un manchón indistinto de colores, formas y edades, aunque algunos destacaban: vio a una pequeña muy parecida a Blue, la niña que vio durante su cautiverio en la jaula, que la contemplaba con los ojos muy abiertos, y a un chico más o menos de su edad, con una mata de pelo rubio, que parecía a punto de echarse a reír. Había otro hombre un poco mayor con el ceño fruncido y una mujer con una larga melena castaña que le caía por la espalda. Pensó: "Mamá". Hasta aquel instante no había pensado mucho en la muerte de su madre, pero ver a aquella mujer afloró los sentimientos que habían estando recorriendo su espina dorsal cual serpiente venenosa. 

- Gachas - dijo Sarah en cuanto llegó hasta ella. La había agotado cruzar la sala. No podía creer que aquel fuera el mismo cuerpo que solía correr veinte kilómetros fácilmente en un día.
- ¿Cómo?
- Gachas -destapó la olla. - Es lo que comemos cuando andamos cortos de provisiones. Avena, arroz, a veces algo de pan, lo que nos quede de cereales... Lo hervimos cagando leches y voilà, gachas.

Le sobresaltó el taco que salió de su boca. Sarah cogió un plato de plástico con un dibujo infantil de un elefante en él y le sirvió una enorme ración de gachas. Detrás de ella, en las mesas, la gente había regresado a sus conversaciones. La sala se llenó con el zumbido de las voces unidas y Rädsla comenzó a sentirse algo mejor; al menos aquello significaba que ya no era el centro de atención.

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